Los exorcismos
junto a la magia y a las sanaciones fueron prácticas comunes utilizadas en las
culturas judías y greco- romanas, como terapia para expulsar los demones[1].
El termino
exorcismo viene del griego exorkismo,
que significa conjuro, es decir, la obligación a través de un juramento para realizar una encomienda. La
palabra exorcista viene de exorkistes,
y aparece solo en libro de los Hechos 19, 13 para referirse a los exorcistas
judíos itinerantes.
La tradición
bíblica del Antiguo Testamento no menciona exorcismos, sino hace referencia
sobre espíritus maléficos (1 Sam 16,14 y ss; 18,10; 19,9) y seres demoníacos
(Is 13,21; 34,14). El pueblo de Israel después del destierro y por influencia
babilónica, asumió las tradiciones sobre los demonios, como seres causantes de
todo mal, incluyendo la muerte.
Se tienen por
exorcistas, sobresalientes a personajes de la historia bíblica, quienes
actuaron con gran éxito y poder: David, Salomón, Noé, Abrahán; así lo describen
documentos y judíos antiguos como:
Flavio Josefo, el libro apócrifo Testamento de Salomón (s. I. d. C.), algunos
manuscritos del Qumram (11QPs y 11QPsAp), el libro Antigüedades bíblicas del
Pseudo-Filón (s. I. d. C), el Libro de los Jubileos (130 a. C), el libro
Génesis Apócrifo (hallado en Qumram).
Se añade a
esto, algunos textos del Antiguo Testamento, que reflejan la familiaridad del
judaísmo con las prácticas exorcistas (Tb 3,8; 8,1 – 3 y Ez 13, 17 – 23).
Podemos concluir, que en la tradición religiosa de Israel, se conocían los
exorcismos y se tenían a figuras principales de su historia, como exorcistas de
poder. Se ratifica igualmente la práctica exorcista desarrollada durante el
tiempo del Nuevo Testamento y en el ambiente greco – romano, además de la
existencia de fuentes escritas (antes mencionadas), lo cual evidencia una
práctica común en el contexto mediterráneo.
La actividad
exorcista de Jesús, es presentada por los evangelios sinópticos, a través de
una detallada descripción en cinco
relatos con sus paralelos: Mc 1,21 – 28; 5,1 – 21; 7,24; 9,14 – 27; Mt 12,23 –
33. Una agrupación de dichos que responden a las acusaciones de sus adversarios
sobre Belcebú: Mt 12,22 – 30 y paralelos. Finalmente resúmenes elaborados por
los evangelistas: Mc 1,32 – 34; 3,10 – 12. Esto refleja una tradición habitual
y remite a una práctica exorcista obrada por Jesús. También es de notar que
Jesús se consideró así mismo como exorcista, así los expresa Mt 12, 28 y
paralelos: “Pero si yo hecho los demonios
con el soplo del Espíritu de Dios”.
Estas constataciones manifiestan la fama de Jesús como exorcista, fue un
exorcista de prestigio extraordinario, incluso fuera de los ambientes
cristianos.
En el Libro
de los Hechos de los apóstoles se narran dos casos de exorcismos: la muchacha
exorcizada (16,16 – 18) y los siete hijos de Esceva (19,11 – 17), pero además
distintas veces se mencionan como signos prodigiosos la salida de espíritus
inmundos de los posesos, como tarea de los discípulos de Jesús (5,16; 8,7).
Esto denota el conocimiento de la práctica exorcista de parte de Pedro (5,16),
Felipe (8,7) y Pablo (16,16 – 18), tres líderes principales del cristianismo
naciente. Otro detalle curioso es la ubicación geográfica de tales portentos:
Jerusalén, Samaría, Filipos y Éfeso, lo cual abarca ciudades principales del
imperio romano y por tanto se puede sospechar el conocimiento de tales
prácticas en lo anchuroso del imperio.
Relacionado
con el término exorcismo, está la locución demonio,
que en el griego clásico define “una
serie de fuerzas personificadas que rodean al ser humano pudiendo llegar a
influir y controlar su existencia para el bien o para el mal”. Estos
demonios tienen la posibilidad de someter a la persona a su arbitrio, poseyéndola y alterando la normalidad de
la misma.
Las
afecciones que causan los espíritus malignos son: comportamientos extraños,
hablan alternativamente el poseído y el demonio (Mc 1,24; 5,7 – 13), mudez (Lc
11,14), sordera o ceguera (Mc 9,17. 25), epilepsia (Mc 9,18), auto mutilación
(Mc 5, 5), mujer encorvada (Lc 13,10 y siguientes).
Tratando de
explicar todas esta afecciones originadas por la posesión diabólica, algunos
psiquiatras la definen como “un fenómeno
disociativo de la personalidad, en el que se produce una alteración de las
funciones integradoras de la conciencia”[2],
es decir, trastornos en las sensaciones, percepciones y emociones, que alteran
la identidad personal, la relación consigo mismo, con el ambiente y con los
demás.
También desde
la antropología cultural se interpretan las posesiones diabólicas, como una
reacción frente a las tensiones imperialistas romanas: opresión, explotación,
exclusión, marginación, “…existe una
estrecha relación entre la posesión diabólica y las tensiones sociales, tales
como antagonismos de clase debidos a la explotación económica, a conflictos
entre tradiciones en los que se destruyen las tradiciones veneradas, a la
dominación colonial o a la revolución”[3].
El poseso
quien pertenece a esta clase oprimida, porque no tendría otra forma de
reaccionar, se serviría de tal estado fenomenológicamente, como protesta ante
su condición humillante. La posesión demoníaca fue una forma socialmente
aceptada de afrontar las tensiones, porque permitía a los poseídos hacer y
decir sin poner en peligro el orden establecido, lo que no podrían haber dicho
y hecho como personas normales.
Con la
investigación que expusimos, se ha querido presentar de forma panorámica, lo
que significan los exorcismos, así como las interpretaciones que aportan las ciencias. Pero en cualquier caso la
conclusión es categórica: Jesús ha vencido a los demonios, raíz de todo mal, y
con ello ha hecho presente el Reino de Dios en este mundo.
Es la
victoria de Dios a través de Jesús, quien se hace solidario con los más
necesitados, como Dios compasivo y misericordioso, Dios de justicia y
liberación, Dios igualitario y comunitario. Los exorcismos como liberación
plena de todo hombre y mujer, liberación física y espiritual, moral y social;
promueven el hombre nuevo insertado en Jesucristo, constructor de un mundo
alternativo en la justicia y la paz.
Es el Reino
de Dios, propuesta de liberación y de un mundo nuevo, derrota del mal, la
irrupción de la misericordia de Dios, la eliminación del sufrimiento, la
acogida de los excluidos en la convivencia, la instauración de una sociedad
liberada de toda aflicción.
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