Paz viene de la palabra hebrea “shalom”, y significa el
deseo que: “estés bien contigo mismo, estés bien con los demás, estés bien con
Dios, estés bien con la naturaleza”. Podríamos resumirla en la armonía
que hay en ti, porque tienes armonía con todo el universo y viceversa. Es decir,
bienestar en su totalidad: personal y social, material y espiritual.
De este significado se puede concluir que una real paz es
personal y social; y porque implica armonía y bienestar total se convierte en
justicia social, entendida esta como equidad e igualdad. Sobre este tema dice
Juan Pablo II[1] : “La justicia camina con la paz y está en relación constante y
dinámica con ella. La justicia y la paz tienden al bien de cada uno y de todos,
por eso exigen orden y verdad. Cuando una se ve amenazada, ambas vacilan;
cuando se ofende la justicia también se pone en peligro la paz”.
La
Biblia refuerza esta relación de la justicia y la paz: “el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una
seguridad perpetua” (Is 32,17; 60,17; Sal 85,11; 72,3). Por eso se da una
relación directa y proporcional entre la justicia social, la paz, la equidad e
igualdad, y como consecuencia de ellas, la estabilidad y seguridad social.
Esta relación justicia –
paz, tiene como fundamento los derechos
humanos, entendidos como los valores básicos que nacen con las personas y le
dan su realización: derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad, a
reunirse, a su identidad y nacionalidad, a residir y circular en un país, a un
juicio justo, a no ser discriminado, a trabajar, a la salud, a la cultura, a la
protección de la familia y la mujer embarazada, a la alimentación, al vestido y
a la vivienda, a la educación, a un ambiente sano, a la autodeterminación de
los pueblos, a la protección de la salud, seguridad e intereses económicos, a
la información adecuada y veraz, a vivir en paz, al desarrollo humano,
económico y social sostenible, otros más [2].
Es decir, desde nuestro ser
cristiano, construir la paz significa por un lado la justicia personal,
entendida esta como amor a Dios y al prójimo, el cual se realiza a través del bien
común (los derechos humanos). Representa una virtud religiosa y un valor espiritual,
connatural al ser humano. Si no se vive la paz, es difícil ser justo y
viceversa. Esta afirmación se ratifica
cuando Pablo hablando en la carta a los Gálatas 5,22-23 expresa: “los frutos del Espíritu son: amor, alegría,
paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, dominio propio”.
Otros textos bíblicos
subrayan una paz cósmica (Os 2,20; Is 11) e histórica (Lv 26,6), un reino mesiánico
de paz (Is 9,5), sin guerras (Is 2,2-4), por acción del Mesías (Mq 5,1-3).
Tiene como culmen la paz del resucitado, que se ofrece como un regalo para sus discípulos: “les doy mi paz” (Jn 14,27; 20,19).
Es pues concluyente: DE
LA JUSTICIA DE CADA UNO NACE LA PAZ DE TODOS.
[1]
El título de esta reflexión está tomado del: Mensaje de su Santidad Juan Pablo II para la celebración de la XXXI Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 1998. Les recomiendo leerlo.
[2] Ver: Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Declaración Universal de los Derechos Humanos.10 de diciembre de 1948.
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