En la Iglesia de los orígenes la mujer ejerció
un papel vital como lo muestran los pasajes del Nuevo Testamento: María de
Nazaret (Lc 1,46-56; Jn 2,1-12), María Magdalena (Lc 8,1-2; Mt 28,1-8; Jn
19,25-27), unidas en la oración (Hch 1,14), Tabitá (Hch 9,36-39), profetizas de
Cesárea (Hch 21,8-9), Priscila (Hch 18,26), Febe-Priscila-María-Junia-Trifena y
Trifosa-Pérside-Julia (Rom 16,1-16), Loida y Eunice (2 Tim 1,5), Evodia y
Síntique (Flp 2). Una de estas mujeres
fue Lidia de Tiatira que aparece narrada en Hch 16,11-15. De ella sacamos el
siguiente mensaje.
Fue
nativa de la ciudad de Tiatira, en el Asia menor, donde aprendió de la
comunidad judía allí establecida su profesión de trabajadora de la purpura y su
devoción al judaísmo (Hch 16,14). Emigró a Filipos, ciudad comercial, politeísta y de gobierno romano en macedonia,
donde atareaba como teñidora y comerciante de la purpura. Su casa fue centro de
trabajo, unida con otras trabajadoras. Los sábados se dirigían al rio Gánguiles,
para celebrar sus devociones judías (Hch 16,13).
Un sábado que ejercían su piedad, se les
aparecieron Pablo y Silas, quienes comenzaron a predicarles; entonces el Señor
tocó el corazón de Lidia, la cual fue bautizada con las demás. Luego de exigir a Pablo confianza en su vivencia
cristiana, los hospedo en su casa (Hch 16,14-15). El pasaje muestra a Lidia como
una mujer creyente, emigrante, extranjera, quien trabaja para subsistir, líder
comunitaria; su casa se convierte en centro
de trabajo y de su cristianismo.
LA LIDIA
DE LOS BARRIOS DE CARACAS
Es la
humilde madre soltera, arrejuntada, casada. Por su tradición familiar creyente,
comunitaria, solidaria, comprometida
socialmente. No terminó la primaria, se fue formando conforme la vida la fue llevando,
posee la sabiduría del sacrificio, de la experiencia, su fuerza
es la maternidad. Procede de muchos pueblos y barrios de Venezuela. Llegó a la
capital buscando mejoras en su subsistencia. Tempranamente se llenó de hijos y
hubo de trabajar para subsistir, desempeñándose como doméstica, buhonera,
cuidadora de niños, obrera, costurera para fábricas, vendedora de empanadas,
besitos de coco, tortas, productos Avon…Su sueños: “su casa, sus hijos”.
En el
barrio caraqueño se encontró con el grupo parroquial que la apoyó en su
precariedad, la incluyó, le proporcionó pequeñas alternativas de trabajo, para
ella se convirtió en oasis de esperanza, de fraternidad, de vivencia de fe: “Yo me
hallaba, así como en un rincón. Conocí a estas personas que me tendieron una
mano y me invitaron a participar. De esta invitación surgió: La Primera
Comunión de mis hijas (preparándolas yo en la catequesis familiar), también el
ser miembro de la Unidad de Compra y el curso de Biblia”.
En esta
comunidad se le renovó la vida, se le proyectó la esperanza: “Todo
esto ha hecho una gran promoción en mi persona. De hecho, para mí un gran
rescate de aprendizaje y el despertar de un nuevo día. El saber que somos una
gran familia muy unida: en lo bueno y en lo malo –la falta de agua, el pésimo
transporte, los atropellos que sufrimos cada día…bueno, si nace un niño es
nuestra alegría y si le quitan el derecho a la vida a un hijo del barrio es
nuestro dolor”
“Ahora
estoy más segura, soy guía, me valoro, me necesitan” “…he sentido que Dios está
más cerca de mí guiándome y dándome el don de la paciencia y el perdón…Pero
nuestro Dios que es el Sabio más grande del mundo fue quien hizo la obra para
bien de nuestra familia. Hoy siento que he cambiado, que puedo comprender a los
demás”
Su casa se
hace centro comunitario, casa de acogida para los menesterosos, los mala
conducta, quien sea necesite de ella. Sede del grupo bíblico o un proyecto para
el barrio, en todo caso, puertas abiertas para la fraternidad y la solidaridad.
Así agarrada de la fe y la comunidad, la Lidia de los barrios de Caracas va
pariendo la vida, potenciado la esperanza,
renovando la Iglesia, sembrando el amor.